martes, 25 de octubre de 2011

Etapas del Imperio Romano


El Alto Imperio Romano

Octavio consiguió añadir a los títulos de emperador y cónsul (43 a.C.) el de princeps senatus (28 a.C.) y el de princeps, para abdicar de todos los cargos judiciales y conseguir que el senado le nombrara Augustus (27 a.C.), lo que le otorgaba una categoría de semidiós y le permitía, con el otorgamiento por parte del senado en el 23 a.C. de un imperium perpetuo y superior al resto de magistraturas, completar el círculo de su poder omnímodo. Con el senado en sus manos, las magistraturas sometidas y el respaldo del ejército, Octavio gobernó prácticamente como monarca absoluto. La pax romana reinó en el imperio, se normalizaron las costumbres y se restauró la religión tradicional. Octavio acometió grandes obras públicas y de ingeniería, llevó a cabo una profunda reforma administrativa y protegió mediante mecenazgos las artes y las letras. Los ejércitos romanos lucharon contra los germanos en las regiones del Rin y el Danubio, conquistaron Judea y, dirigidos por el propio Octavio, terminaron con los últimos focos de resistencia cántabro-astures que quedaban en el norte de Iberia.
El gobierno de las grandes dinastías

Muerto Octavio sin sucesión directa, fue elevado al trono Tiberio (14-37 d.C.), quien inauguró la dinastía Julio-Claudia. Tiberio colaboró estrechamente con el senado y dictó medidas muy favorables para las provincias. Le sucedió Calígula (37-41 d.C.), un desequilibrado que murió asesinado a manos de los pretorianos, los cuales cedieron el poder a su tío Claudio (41-54 d.C.), que anexionó las provincias de Mesia, Tracia y Britania. Claudio murió asesinado por su mujer, Agripina, y le sucedió el hijo de ésta, Nerón (54-68 d.C.). Después de unos años de buen gobierno, Nerón obligó a Séneca a suicidarse y emprendió grandes persecuciones contra los cristianos. Le sucedió Flavio Vespasiano (69-79 d.C.), fundador de la dinastía Flavia, que restauró la paz, tuvo que hacer frente a la guerra de Germania y mandó construir grandes edificios. Le sucedieron Tito (79-81 a.C.), en cuyo reinado se produjo la destrucción de Jerusalén y la diáspora judía, y Domiciano (81-96 d.C.).
La etapa de mayor extensión del imperio

Desde la muerte de Domiciano (96 d.C.) hasta la de Marco Aurelio (180 d.C.), Roma vivió la etapa más próspera de toda su historia. El Imperio llegó a su mayor extensión con Trajano (98-117 d.C.), general español que fortificó los limes de Germania y conquistó la Dacia, la Arabia Pétrea, Armenia y Mesopotamia. Su sucesor, Adriano (117-138 d.C.), fue un gran reformador de la administración pública, remodeló el ejército y fortificó parte de las fronteras. Marco Aurelio (161-180 d.C.) luchó contra los pueblos bárbaros. Su hijo y sucesor, Cómodo (180-192 d.C.), fue asesinado. Entonces, las legiones del Danubio elevaron al trono a Septimio Severo (193-211 d.C.), que restableció la unidad e inició la dinastía de los Severos. Extinguida la dinastía de los Severos con el asesinato de Alejandro Severo en 235 d.C., el imperio pasó por un período de anarquía: los emperadores eran nombrados por los ejércitos, algunas zonas del Imperio se separaban y el Estado y el pueblo se empobrecieron.
Bajo Imperio: Crisis y hundimiento

Para imponer sus reformas, Diocleciano (285-305 d.C.) acentuó el carácter absolutista y autoritario del Imperio, al que dividió en cuatro regiones gobernadas por dos emperadores, él y Maximiano (286-310 d.C.), y dos césares, Constancio Cloro y Galerio (305-311 d.C.), los cuales debían suceder automáticamente a los emperadores. Diocleciano abdicó en el año 306 d.C. y obligó a Maximiano a que también lo hiciera. Los dos césares pasaron a ser augustos y se nombraron dos nuevos césares. Pero la muerte de Constancio desató las ambiciones y arruinó la tetrarquía. Al poco tiempo fueron seis los pretendientes que lucharon por el trono, hasta que Constantino (306-337 d.C.), hijo de Constancio, logró imponerse a los demás. Constantino trasladó la capital del Imperio a Constantinopla, consolidando así el predominio de Oriente. Siguió una política favorable a los cristianos al permitirles practicar libremente su religión (edicto de Milán, 313 d.C.), y convocó el concilio de Nicea (325 d.C.), en el cual se condenó la herejía arriana. Juliano (361-363 d.C.) se enfrentó a Constantino y, tras el fallecimiento de éste, quedó como único emperador. Los emperadores que le siguieron tuvieron que enfrentarse al creciente peligro de las invasiones de los bárbaros, que amenazaban desde hacía tiempo al Imperio, cuando éste ya mostraba síntomas inequívocos de decadencia interna.
Durante varios años el Imperio fue regido por el gobierno tripartito de Teodosio (379-395 d.C.), Graciano y Valentiniano II. Al morir los dos últimos, el Imperio vivió con Teodosio el último período de unidad.
La división del Imperio por Teodosio
Teodosio repartió el Imperio en dos: el de Oriente para su hijo Arcadio (395-408) y el de Occidente para Honorio (395-423). Este último no pudo impedir la entrada de los godos en Roma ni la pérdida de Hispania, Galia y Britania. A la muerte de su sucesor, Valentiniano III (423-455), el Imperio de Occidente entró en su fase final. Se sucedieron nueve emperadores en veinte años. En 476, Odoacro (434-493) depuso al último emperador, Rómulo Augústulo. Los pueblos germánicos, que habían servido como mercenarios en el ejército romano, se adueñaban del Imperio de Occidente, pero el de Oriente se mantendría todavía diez siglos.

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